INTERVENCIÓN EN EL SEMINARIO
EL MERCOSUR EN DEBATE: El MERCOSUR en la óptica Parlamentaria
7.X.08 – Salón Delia Parodi – Cámara de Diputados de la Nación
Gracias por la convocatoria. Algunos títulos, porque la verdad es que va a ser muy difícil desarrollar la cantidad de temas que se han planteado a lo largo del seminario.
En primer lugar, imposible separar la mirada de la región de la crisis internacional. Sin entrar a profundizar sobre eso, sí creo íntimamente que si me preguntaran si como corolario de este proceso de crisis se va a acentuar en el mundo la condición de unipolaridad política y económica liderada por los EE.UU., o vamos a tener por colorario un mundo con mayor cantidad de centros de decisión un poquito más equilibrados, yo personalmente me inclino por esta segunda opción. Y me parece que va haber efectos no deseados, repercusiones negativas, pero que al cabo del proceso, tenemos que luchar y creo que hay una oportunidad grande, para que el mundo esté representado por una diversidad mayor de centros de decisión que lo que ha estado en las últimas décadas. Y en ese aspecto es donde hay que profundizar acerca de cuál debe ser el papel de nuestra región. Indudablemente esto tiene que llevar al diseño, a la reformulación, a repensar instituciones, no solamente instituciones regionales, instituciones también multilaterales que se han. lisa y llanamente, agotado. Las instituciones multilaterales de posguerra, tanto políticas como económicas, ya no dan cuenta de una nueva realidad mundial.
Cuando tenemos que el mundo ha cambiado sus paradigmas de seguridad por la invasión que hicieron los EE.UU. a un país por fuera del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ahí ya nomás, con eso, tenemos la impotencia de Naciones Unidas como organismo político para cumplir los cometidos para los cuales fue llamada a partir de la posguerra. Y ni qué decir del Fondo Monetario y del Banco Mundial, que fueron creadas como instituciones de fomento y de resolución de crisis financiera nacionales, y han incumplido ese cometido para convertirse en instituciones del proceso de financierización mundial. Entonces, me parece que ese rediseño tiene que estar marcado, me gustaría, por un cambio de paradigma, pero prefiero ser un poco más modesto, y hablar de un proceso que recupere la economía real frente a al economía financiera. El nuevo marco de instituciones económicas, tanto regionales como multilaterales, tienen que dar cuenta del fracaso de lo que comenzó en 1971, cuando Nixon declara la inconvertibilidad del dólar, y se inicia el proceso de separación del proceso financiero respecto de la economía productiva. Y hay que volver a vincular las finanzas con la economía real, con la producción y con lo que son las necesidades económicas de los actores reales. Y me parece que ése va a ser otro corolario de esta crisis, que no digo que va a aparecer mañana, va a haber efectos negativos mediante, pero se puede llegar a un corolario de esa naturaleza. Y es en ese punto que está el rol que en términos de mirada estratégica tiene que asumir la región. Reivindicar el papel de la región, porque esa dicotomía entre el mundo globalizado dirigido desde un único centro de poder, por un lado, y, por otro, los localismos estrictamente de los Estados nacionales, tal como los conocimos, tampoco es la opción. Porque el mundo ha llegado a un nivel de desarrollo tecnológico donde la escala nacional de algunos Estados es insuficiente, y solamente se puede potenciar en términos del pensamiento regional. Así que yo creo que estamos entrando en la etapa definitivamente de las regiones.
Desde este punto de vista me parece que hay un segundo punto que no se puede desdeñar de los países del Mercosur, y sobre todo de Argentina, Uruguay, y Paraguay y, eventualmente cuando se incorpore, Venezuela, que es el papel de Brasil. Porque Brasil no es un actor más. Brasil no es uno de los cuatro países del Mercosur. Brasil es un país que por decisión propia, de sus elites económicas y sus elites políticas, conservadoras y progresistas, ha definido como política de Estado jugar en un rango superior. Y estas cosas no se consuman solamente cuando un país lo decide. La decisión política de un país es importante, pero hay que ver si el mundo lo ve de esa menara, y el mundo lo está viendo de esa manera. El resto del mundo no ve a Brasil únicamente como el país más importante del Mercosur. El resto del mundo está viendo a Brasil como un jugador internacional que está un peldaño más abajo del G7, junto con los otros países-continente. Y aquí sí que Argentina, Uruguay, Paraguay, eventualmente Venezuela, tienen que darse una política frente a esto. Y la discusión de UNASUR-Mercosur no es ajena a este proceso que ha decido jugar Brasil, y que el resto del mundo también parece necesitar que Brasil juegue.
Otro de los puntos que se me había ocurrido anotar, y es otro concepto que quiero revindicar, es esta mirada de la política entendida como la posibilidad de crear cultura. La política no puede renunciar a su papel de liderazgo cultural en las sociedades. Y con esto me refiero a cómo se define ese debate, que recién describía Roberto Conde, entre los conservadores retardatarios del Mercosur y un Mercosur que avance y salga de una meseta. Es desde la opinión pública, desde la sociedad, que se define ese debate. No es una disputa de fuerzas superestructurales. La disputa de fuerzas superesctructurales se define en la sociedad, y hasta tanto la integración siga planteándose solo en términos económicos o solo en términos políticos reducidos a la agenda política, es decir a la agenda a de los políticos, la sociedad no define, sino que define el poder. Y el poder va a definir en contra. Entonces, qué es lo que quiero decir con esto: que en Europa, no porque yo quiera ni sea partidario de traspolar experiencias —al contrario, yo creo que los latinoamericanos tenemos que ir superando de a poco toda esta colonización que arrastramos de categorías de pensamiento político exclusivamente eurocéntricas, hago reserva de ésto— en Europa, decía, el proceso de integración repercute en la vida cotidiana de los ciudadanos europeos. Es decir, si mañana, por arte de magia, sucumbiera la Unión, la vida cotidiana de los europeos estaría afectada en materia de legislación sobre alimentos, en cuotas de pesca, en legislación sobre comercio y servicios, en propiedad intelectual, en políticas migratorias, en políticas de residuos, y otra cantidad de factores. Es decir, toda la vida cotidiana de los europeos está impregnada del proceso de integración. Ahora bien, yo me pregunto qué pasaría si mañana recetamos el certificado de defunción del Mercosur. Qué le cambia en términos de sensaciones, de percepción, de cambios en su vida real a los ciudadanos de América Latina si concluyera el Mercosur. Le puede cambiar, yo no digo que no porque por algo estamos acá sentados y somos partidarios del Mercosur, pero lo que digo es que se trata de una percepción superestructural que tenemos los políticos. Entonces, este debate se salda cuando reasociemos la agenda política del Mercosur con la agenda cotidiana de la sociedad. Tan sólo como un ejemplo, y más allá del prolema coyuntural de las papeleras, deberíamos pasar a Uruguay o a Brasil de la misma manera que pasamos de una provincia a otra, o de un bario a otro en la Argentina, que es lo que pasa en Europa. Y estoy poniendo nada más que una cosa así chiquita. Entonces hasta que la integración no se haga sentir en la vida cotidiana, será imposible que la sociedad salde a favor esta discusión.
La otra cuestión de no resignarse a perder el rol o a que se diluya el rol de la política de crear cultura. Mientras escuchaba decir a José Quijano que vamos a atravesar una etapa donde seguramente se reduzca el comercio, por la desaceleración mundial, la región tiene que transformar ese desafío en un círculo virtuoso, desarrollando políticas proactivas hacia adentro de la región. Si frente a este proceso seguimos planteando nuestra relación económica en términos de cupos de importación de electrodomésticos, estamos perdidos. Porque estaríamos perdiendo la gran oportunidad histórica, estratégica, de pensarnos como parte de la cadena de producción de electrodomésticos —sólo para poner un ejemplo— de un mercado regional que podría alcanzar los 400 millones de consumidores. Se trata de dos lógicas distintas. Ahora bien, ese es el papel de la política.
En otro orden de cosas, tenemos también la discusión sobre el Parlasur. En este sentido, hay pocas cosas más nobles que pensar en una institución supranacional con representación ciudadana. Pero, al mismo tiempo, en momentos como los que vivimos, los ciudadanos podrían interpretarlo como un nuevo "curro"; si no manejamos bien el tema del Parlamento del Mercosur, podría pasar de ser sublime a: "no les alcanza con lo que roban acá, van a ir a robar allá". Ese desafío es nuestro. Si la agenda del Parlamento del Mercosur es una agenda en abstracto, aquel debate sobre la integración y este sobre el Parlasur se pierde, ante la sociedad. En cambio, si la agenda del Parlamento del Mercosur se vincula con actores sociales, agiliza las normas, crea esa cultura distinta de integrar ciudadanos, esa discusión se gana.
Diferente de este desafío es la discusión interna sobre la proporcionalidad atenuada que tiene que respaldar la representación de cada país en el Parlamento regional. Desde el punto de vista estrictamente demográfico, si Uruguay tiene menos de 4 millones de habitantes y Brasil tiene 190 millones, Uruguay cabe casi 50 veces en Brasil, por lo cual Brasil debería un número 50 veces mayor de parlamentarios, y eso no puede ser. Pero tampoco deberían tener la misma cantidad. Si Europa resolvió esto con una fórmula, nosotros deberíamos encontrar la nuestra, lo cual es perfectamente posible, no para copiar, sino para tomar como referencia, convencidos de que si no asumimos este desafío histórico vamos fracasar todos. Los grandes, los mediamos y los chiquitos.
Quedan muchas otras cosas para decir, pero, a modo de conclusión, creo que hay avances. Cuestiono algunas cosas, las cuales no se pueden explicar desde la frase hecha: "todo proceso tiene dificultades". Es lógico que todo proceso tenga dificultades, en la vida todo proceso las tiene; el problema es que no podemos tener procesos que hace 15 años conserven las mismas dificultades.
Otro problema es que hemos estado en presencia de discursos muy audaces, y al mismo tiempo de acciones que no van de acuerdo con el discurso. Y aquí lo que opino que tenemos que hacer es convertir las declaraciones de las Reuniones-Cumbre en vinculantes. Por ejemplo, si me preguntaran si estoy de acuerdo con la última declaración de los presidentes en cuanto a adoptar una moneda regional como base para el intercambio en lugar del dólar, me parece un avance extraordinario. Pero en los hechos, no pudimos cumplir las metas macroeconómicas mínimas para ir coordinando políticas monetarias. Y en esto sigue estando presente el papel de la política.
Otro avance muy grande, y termino, es la iniciativa de formar el Consejo de Defensa Regional. Es una avance conceptualmente muy grande. En ese camino, cuando en lugar de reunir a la OEA se reúnen los países de UNASUR en Chile por la cuestión de Bolivia, se trata de un gesto y una mirada sobre un problema muy fuerte de la región, donde la región resuelve discutirlo sin tutelas, reduce el papel de los tutelajes históricos. Y esto me parece muy importante. Cuando incluso se reúne la OEA después del problema de la ocupación del espacio aéreo ecuatoriano que terminó con la muerte de Fernando Reyes, de las FARC, allí también hubo un rol de la región, y del Cono Sur particularmente. Porque, mientras la respuesta de Venezuela fue alistar tropas, los países del Cono sur trabajaron con otra sintonía, para evitar una situación bélica o pre-bélica, de alineamientos en la guerra internacional contra el terrorismo, como podría haber sido Colombia con EE.UU. y Venezuela con Irán. Ello hubiera sido reverdecer muchod elementos de las anteriores guerras globales, y , en cambio, la región actuó con un equilibro importante, sobre todo los países del Cono Sur.
Finalmente, cuando se llega al gobierno de un país, no se posee la totalidad del poder; se ejerce el derecho de sentare en la mesa a discutir con el poder. Porque las instituciones políticas y los cargos políticos son una porción en la interlocución con los poderes permanentes, los poderes fácticos, los poderes económicos, los poderes transnacionales. Ellos están siempre. Y desde la política uno logra, o no, irse sentando en esa mesa. La diferencia entre las fuerzas conservadores y las fuerzas progresistas —a lo que recién se referían otros oradores— es que las fuerzas conservadores se sientan en esa mesa para representar a esos poderes, y las fuerzas progresistas para interpelarlos en nombre de la sociedad, ese es nuestro desafío. Cuidado que lo que no logremos es este tramo histórico, donde hay cierta sintonía de gobiernos, que aún con sus diferencias, no están sentados a al mesa para preguntarle al poder qué quiere que digamos o dónde quiere que firmemos, sino que están sentados a la mesa para interpelar a esos poderes en nombre de nuestras sociedades, lo que no hagamos ahora —decía— nos vamos a arrepentir de no haberlo hecho, de haber perdido la oportunidad histórica. Y ese es el papel fundamental de la política en este proceso de integración.