Sr. Raimundi.- Señora presidenta: en primer término quiero resaltar el tono del debate porque tal vez haya habido alguna excepción, pero en general no fue una discusión encarada como otras veces en que hay ejes del mal. Aquí hubo planteos y matices distintos, pero todos convergentes hacia un objetivo común que es ver cómo devolvemos la política al universo de las ideas, asumiendo seguramente que cada uno de nosotros tiene por a o por be alguna cuota de responsabilidad en la crisis política de la Argentina en los últimos años. Me parece que eso puede ayudar a encontrar caminos comunes.
Por lo tanto, ninguno de los comentarios que pueda hacer en mi intervención me excluyen de esa responsabilidad. Recuerdo que el señor ministro estuvo presente en la primera reunión por el diálogo político que tuvo lugar después de las elecciones, donde nuestro espacio político plantó que lo principal era la cuestión social. Esto tiene un sentido profundo que va mucho más allá de lo estrictamente social, ya que las políticas de desarrollo humano, las políticas tendientes a la igualdad, constituyen la principal reforma política porque son la que limpian el trayecto entre la persona y su filiación política. Es decir, es lo que permite que la persona se relacione con su fuerza política exclusivamente por lo que piensa y no por lo que necesita.

Quiero hacer una salvedad: es humillante e injusto circunscribir el clientelismo a la pobreza, porque quien maneja un fondo de inversión y recibe información calificada de un funcionario del Estado y con eso obtiene ganancias extraordinarias seguramente no está en la pobreza o la ignorancia, sino que ha estudiado en un posgrado en una universidad del exterior y sin embargo va a tener su preferencia política en base a un favor irregular recibido por el Estado. Y eso no tiene nada que ver con la pobreza.

Mi posición no va a tener que ver con si este proyecto de ley beneficia o perjudica a mi espacio político. Más bien se relaciona con lo que nosotros percibimos acerca de cuál es el sistema político que se estructura a partir de esta ley. Porque sinceramente debo decir que tampoco estoy de acuerdo con la fragmentación de los partidos políticos hasta el infinito. Me parece que hay que ir más hacia un sistema de afinidades, de consensos, de confianzas, que vaya construyendo coaliciones con matices, donde las minorías se puedan expresar y demás. Pero no creo que la solución de la emergencia en la crisis sea exclusivamente la multiplicidad hacia el infinito.

Tampoco se debe llegar al otro extremo, que es lo que vemos con absoluta claridad, que es muy difícil de desmentir y que consiste en que esto se encuentra orientado a disciplinar la cuestión interna de los dos partidos principales y más tradicionales.

Distinto sería ir hacia un sistema que reconozca los emergentes políticos pero que se vaya configurando a través de dos grandes coaliciones. Eso es diferente del bipartidismo. Es decir, hay una manera de interpretar las gestas históricas populares que separan a los que tienen un pensamiento más conservador de aquéllos que tienen un pensamiento más progresista. Hay una forma distinta de procesar el eje de la pobreza en unos y en otros. Para algunos es más natural, es un hecho que de todas maneras debería suceder y hay que ver cómo desde los que tienen más posibilidades se puede acudir en auxilio de los necesitados. En cambio otros creemos que la pobreza es el resultado de una disputa de intereses económicos y políticos muy concreta. Hay una manera de posicionarse frente al rol del Estado y frente al sistema mundial.

Es decir que hay suficientes ejes para justificar dos grandes polos políticos mayoritarios, más allá de que puedan emerger fuerzas minoritarias con toda legitimidad y hay que dejarlas avanzar. Eso sería una suerte de Pacto de la Moncloa. En relación con este último quiero decir que ninguno diluyó sus identidades. No es que en un mismo espacio político convivían las izquierdas y las derechas. Por el contrario, las izquierdas eran izquierdas y las derechas eran derechas. La derecha reconoció al comunismo y éste hizo lo propio con el rey. Y hacía algunas décadas que había habido millones de muertos por la guerra civil.

Pero la credibilidad de ese pacto no fue tanto por los contenidos, que no fueron tan profundos como se supone, sino porque los que lo convocaron dejaron de tener poder político porque las Cortes lo aprobaron y se disolvieron y porque el primer ministro de aquel momento lo convocó y dejó de ser primer ministro.

De manera tal que la credibilidad de un sistema político no radica en que las fuerzas políticas pierdan su identidad, sean partidos “atrapatodo” y después lo resuelvan en una interna abierta o cerrada. Y tampoco está dada por lo que pueda decir una ley.

Distinto es el Acuerdo de Punto Fijo, de Venezuela, que ya no fue un pacto de credibilidades sino decir “Ahora gobierno yo, la próxima gobernás vos; cuando gobierno yo te doy los jueces, cuando gobernás vos me das los jueces y algún organismo de control a mí”. Cualquier similitud con la realidad argentina es mera coincidencia.

El planteo que estoy haciendo no es naif. No es que yo tengo una visión romántica de la política, sino que estoy diciendo que las consecuencias del viejo bipartidismo se sufren en la práctica, teniendo en cuenta cómo quedó la Argentina después de esa alternancia.

Otra cosa que personalmente pongo en duda es creer que el único o mejor sistema que ordena esto de que la política vuelva al universo de las ideas para sacarla del universo del dinero y la farándula es el sistema de internas abiertas. Me ha tocado ser testigo de internas abiertas que resolvieron rumbos de la Argentina. Por ejemplo, independientemente de los juicios de valor, la interna entre Cafiero y Menem resolvió un camino para nuestro país. Y después se integró a las fuerzas de ese partido político.

Hubo otras internas abiertas que tuvieron mucha convocatoria el día en que se celebraron, pero un año después ya no estaba más esa fuerza política que las había convocado. La primera fue la interna de la Izquierda Unida. Pero después vino la de Bordón-Alvarez. Luego vino la interna entre Fernández Meijide y De la Rúa.

Con esto quiero decir que hay lugares donde existe un sistema político que está consolidado y estabilizado y las elecciones abiertas son positivas. Es el caso de los Estados Unidos y de la República Oriental del Uruguay, por ejemplo. Pero tal vez ese no sea el mejor sistema para consolidar un regreso de la política al mundo de las ideas en un contexto como el de la Argentina de nuestro tiempo.

También me tocó ser testigo de una interna que no era abierta sino cerrada. Me refiero a la interna de la Unión Cívica Radical celebrada en 1982, que decidió si el candidato a presidente de la Nación iba a ser el doctor Alfonsín o el doctor De la Rúa. Esa interna tuvo una extraordinaria participación por parte de la sociedad. Y no había un sistema de internas abiertas, sino una legitimidad de la política. Lo que había era la posibilidad de que la gente se sintiera convocada e involucrada; lo que había era esperanza y no una ley.

Entonces, no creamos que con la ley conseguimos devolver la política al universo de las ideas y la coherencia.

No sacralicemos los instrumentos. Los fundamentos que acompañan el proyecto son muy grandilocuentes, demasiado. Dice cosas como, “volver a consolidar la democracia”, “cumplir grandes asignaturas pendientes”, “devolver la legitimidad al sistema”, etcétera. Pero tengamos cuidado que si no se llena de contenido y de legitimidad a esos instrumentos vamos a caer en una nueva frustración.

Si de lo que se trata es de sincerar, los pisos, exigidos por la ley, son funcionales a los partidos tradicionales. Son los únicos o los que en mejores condiciones estarían de poder cumplir los objetivos, pero siempre partiendo de niveles de legitimidad que responden a categorías del pasado.

La cantidad de afiliados que muestran hoy los partidos políticos grandes responden a las eras de gloria de la política, pero de ninguna manera dan cuenta de la crisis que sobrevino a la política.

La gente no se va de una afiliación. La gente no se afilia, pero tampoco se va. Como decía recién la diputada Ibarra, la gente no se va del Frente Grande al que se afilió. Por lo tanto, un partido que no tiene una gran relevancia a nivel nacional,  estaría en condiciones de cumplir o exceder los pisos exigidos, mientras que otras fuerzas políticas emergentes, que generan más esperanza y legitimidad, no estarían en condiciones de cumplirlos.

Por eso nosotros planteamos empezar de nuevo y que veamos la legitimidad de cada partido desde las categorías de un presente, y no las de un pasado que ya no existe. Yo sé que esto no va a ser aceptado, pero hay alternativas.Sé que me pueden hablar de los derechos adquiridos, de que la persona que ya hizo el esfuerzo ya se afilió. Pero podemos distinguir un primer afiliado, de una ratificación de voluntad de uno que ya estaba afiliado y simplificarle el método a este último.

Lo peor que podríamos hacer es creer que la legitimidad de hoy se mide con las categorías de legitimidad del pasado, que es lo que se plantea con los pisos que exige esta ley.

Si de lo que se trata es de devolver a los partidos políticos al universo de las ideas, de las doctrinas, los presupuestos filosóficos y programas, es mucho mejor tener un núcleo de afiliados tal vez más reducido pero mucho más comprometido con derechos y deberes, con ratificación periódica de su voluntad de pertenencia, que aporten a esa formación y a esa coherencia. Una vez que el partido tiene un programa hecho con coherencia, donde la gente sabe que va a ir para un lado y no para el otro, la sociedad se va a involucrar. Pero ¡cuidado! Si no está esto y solamente le damos el instrumento de la interna, y por ejemplo, estuviéramos en el apogeo de Blumberg en los medios, éste ganaría la interna de cualquier partido político. Y eso no tendría nada que ver con el programa, ni con el contenido, ni con la doctrina ni con la legitimidad.

Por lo tanto, me parece que este proyecto debería tener algún capítulo vinculado con la formación y capacitación de dirigentes, y no dice media palabra de eso.

Para saber si un partido político va a ser previsible y no va a votar hoy una cosa y mañana lo contrario tiene que garantizar una cantidad de fondos importantes para la formación política.

Por otro lado, si mañana le tocara gobernar tendría menos necesidad de alquilarle los cuadros de gestión de gobierno al establishment,  al mundo de las empresas o a las grandes universidades privadas, y tendría su propio cuerpo de cuadros de gestión. Eso, si lo que se busca es esta consistencia ideológica de los partidos políticos.

Entonces, por qué no tomar los ejemplos de los países que tienen un solo instituto oficial de formación y salir de este esquema donde cada dirigente político tiene una fundación, consigue fondos y después no los utiliza para la formación sino que los desvía para sostener su propia campaña interna del partido. Así, podemos tener la exclusividad del financiamiento en materia de formación y la prohibición de que, en nombre del partido, sean otros institutos los que reciban dinero para la formación.

Si el financiamiento de los partidos se divide en tres grandes áreas -campañas electorales, gastos corrientes y formación-, derivemos más fondos para la formación y bloqueemos esa cuenta con un estricto control para que se use para lo que se debe utilizar y no para financiar los gastos corrientes o de campaña.

Decía hoy el ministro que se prohíbe el financiamiento de las personas de existencia ideal. Estoy completamente de acuerdo. La política tiene que recuperar un rol docente muy fuerte en esa área, porque no va a faltar quien le diga a la gente que no está tan informada ni tan impregnada en estos temas: “Te das cuenta que ahora, vos, con tus impuestos vas a tener que bancar a esta manga de gente, que negocia lo suyo, que se olvida de vos, etcétera.” La política tiene que jugar un rol ahí y transmitirle a la sociedad, que a pesar de que tenga esa sensación, eso es mucho más conveniente desde el punto de vista económico para esta sociedad. De lo contrario, financian las grandes corporaciones, y después se hace política enajenando renta pública, que le tendría que llegar a ese ciudadano a través de políticas públicas coherentes, porque hay que devolverle los favores a las empresas que le bancaron la campaña.

Hay una salvedad, señor ministro. Estoy de acuerdo con que no haya financiamiento de personas de existencia ideal a las campañas por vías del partido, pero tampoco tiene que haber financiamiento de empresas de existencia ideal por vía del gobierno, del ejercicio del gobierno. Me refiero a comisiones en la concesión de un contrato de obra pública, retorno por un subsidio público, retorno por la renovación del contrato de recolección de la basura en un municipio, retorno por el contrato de renovación de la licencia del transporte.

Cuidado, porque la legitimidad no viene solamente por limitar el funcionamiento a través de partido, sino también del ejercicio del gobierno. Y no pongo un solo destinatario, estoy hablando de una modalidad de gestionar el gobierno de la Argentina en los distintos niveles, que es parte de la crisis de legitimidad que tenemos.


Señora presidenta: quiero aclarar a la señora diputada Puiggrós y a los compañeros del Frente Grande que mi alusión a su partido fue absolutamente respetuosa. Simplemente mencioné un dato objetivo; tanto la señora diputada Puiggrós como los demás integrantes del Partido Frente Grande saben de mi respeto hacia ellos y hacia la fuerza política que integran.

Finalmente, volviendo al proyecto en consideración, pienso que cuenta con algunas herramientas para tocar el cuerpo de la política pero que le faltan otras; entonces es necesario que ampliemos el debate acerca de aquellos instrumentos que pueden servir para recuperar no sólo el cuerpo sino también el alma de la política.