Carlos Raimundi. Emilio García Méndez, Oscar Belbey (Partido Solidaridad e Igualdad).
El descubrimiento de América, tal como alguna vez lo formuló lúcidamente Carlos Fuentes, fue el triunfo de la evidencia contra la hipótesis. Pocas veces la coyuntura política parece tan difícil de descifrar como en los actuales momentos. Las evidencias no terminan de manifestarse y las hipótesis no resultan aun convincentes. Los que sostenemos la importancia de la estabilidad institucional, lo hacemos convencidos de que las crisis de esa índole perjudican en primer lugar a los sectores más débiles, y tarde o temprano también a los sectores medios. Al mismo tiempo, los movimientos de desestabilización no se plantean hoy en términos tan ostensibles como en el pasado, sino que adquieren ribetes más solapados.
Detectar esas formas sutiles, escondidas tras un discurso que expresa exactamente los contrario
—y reacciones que por momentos oscurecen más de lo que aclaran— requiere un análisis complejo capaz de hilvanar datos que a primera vista no aparecen relacionados entre sí. ¿Cuáles? ¿De dónde provienen? ¿Quiénes les hacen el juego?
En primer lugar, constatemos que los poderes que tradicionalmente nos han disciplinado detrás de gobiernos serviles —la concentración financiera, los saqueadores de los recursos energéticos, los que someten y controlan socialmente a los más castigados— sienten amenazadas sus posiciones de poder.
Veamos por un momento el contexto internacional y regional. Obama llegó planteando la ampliación del seguro de salud, el cierre de la cárcel de Guantánamo, la reformulación de la presencia estadounidense en Medio Oriente y el reconocimiento del derecho de los palestinos a habitar su propio territorio. En nuestra región, esa apertura se tradujo en la reunión mantenida con los Presidentes de UNASUR en Puerto España. Todo eso está en retroceso. Pese a ser galardonado con el Premio Nóbel de la Paz, Obama no cerró Guantánamo, convalidó las elecciones llamadas por el golpismo en Honduras, confirmó la presencia de bases militares en Colombia, e incrementó en 40.000 el número de soldados estadounidenses en Afganistán.
A ello, los pueblos de América Latina acaban de responder con una clara victoria del Frente Amplio en Uruguay, con una contundente victoria en Bolivia y con la tenue esperanza de que la derecha no se termine de adueñar del gobierno de Chile.
Entretanto, para los factores de poder que se expresan a través de los medios tradicionales, mientras la unión de la oposición en la Argentina es señal de democracia, el gobierno de las mayorías en Bolivia representa un riesgo de dictadura. Y como nuestra Presidente, no sin ambigüedades, goza de menos popularidad que otros mandatarios de la región, la toman como la parte más delgada del hilo desde donde practicar intentos desestabilizadores. Estas amenazas no se manifiestan hoy con los tanques del pasado, sino, por ejemplo, con las declaraciones de un funcionario de los EE.UU. (que influye en la conducta de los inversores) para quien un país que tiene menos deuda, menos desempleo y más reservas, es, aún así, más inseguro y menos confiable que en la década pasada.
A nivel interno también hay un contexto, que indica que, a diferencia de la década anterior, la Argentina pasó del alineamiento incondicional con los EE.UU. al rechazo al ALCA, de los indultos a los juicios por la memoria como interrogación sobre nosotros mismos, de las privatizaciones a la recuperación del Estado como herramienta de políticas públicas. Que en el camino hay grandes nichos de opacidad y corrupción, no cabe duda. Quienes escribimos esto queremos la integración con Venezuela sin valija de Antonini, las obras públicas sin Skanska, la recuperación de Aerolíneas sin avión privado para Jaime y el ahorro de la deuda externa sin deformar grotescamente las estadísticas oficiales.
Pero, eso sí, estos y otros núcleos de opacidad de la gestión de gobierno, que hemos denunciado y que hay que pulverizar, no pueden nublarnos la vista en cuanto a reconocer la relación de fuerzas en el país y en la región. Que, por ejemplo, hubiéramos financiado la asignación por hijo con una profunda reforma tributaria y no con la ANSESS, no implica que la medida no constituya un avance. Sin embargo, el “poder” y “los medios del poder” la degradan fijándose en las largas colas, y no en el fondo de la iniciativa. Que, como otro ejemplo, los aumentos jubilatorios son claramente insuficientes, no implica perder la memoria de que en gobiernos recientes las jubilaciones se confiscaron por decreto en un 13 %.
Incómodos por estas medidas, los poderes fácticos reaccionan y desestabilizan. Y es aquí donde entran en juego las interferencias al helicóptero presidencial, Fino Palacios al frente de la seguridad, Abel Posse en educación, así como la exhortación de Biolcatti a descabezar un gobierno legítimo como el de Scioli, aunque esté en las antípodas de lo que pensamos y queremos como modelo de provincia.
Ahora bien, la derecha es la derecha. Y reacciona con sus convicciones más profundas. Una vez, un magistrado de la Iglesia contó la anécdota sucedida cuando el Papa Juan Pablo II tropezó delante suyo, y, pese a sus vastos conocimientos de idiomas, se quejó en su lengua madre, el polaco. Algo parecido le está pasando a la derecha argentina: saca a relucir lo más profundo de sus entrañas, con autoritarismo y desestabilización. Pese a los esfuerzos en machacar con el diálogo y el consenso, o cuando Biolcatti finge sensibilizarse con la pobreza, cuando tienen que reaccionar ante lo que consideran ataques a sus intereses más sensibles, responden en su lengua madre, la desestabilización.
Tres conclusiones frente a esto. La primera, es no esperar que ellos cambien. El desafío consiste en retomar el rol pedagógico de la política para generar en el seno de nuestra sociedad una masa crítica que devele cómo son las cosas. Para eso sirve una herramienta como la ley de medios, de modo de contar con más elementos de análisis, y que no todo se circunscriba a la repetición hasta el hartazgo de las tragedias cotidianas, o las andadas de Ricardo Fort y Zulma Lobato.
La segunda conclusión es un mensaje a quienes diseñan la política oficial, y advierte sobre el error histórico de profundizar la brecha entre sectores populares y sectores medios, fracturando, con consecuencias tan graves cuanto impredecibles, el único bloque social capaz de sostener y profundizar lo bueno que se ha hecho.
Plantear este debate en términos de puro proyecto de poder, constituye un cuchillo de dos filos. No por caso Maquiavelo alerta sobre aquellos príncipes (contemporáneos suyos y futuros) que con tal de continuar siéndolo están dispuestos a que los fines se los fijen otros. Esto es lo que no debe suceder, pero puede suceder en la medida que un universo de ideas con cierto progresismo, se pretenda sostener desde un sujeto político retrógrado, cada vez más recostado sobre la ortodoxia territorial y sindical. En su lugar, debería replantearse una política de alianzas sociales y partidarias más amplia y consecuente con el universo de ideas y acciones que se procura defender y profundizar.
La tercera conclusión es que ningún integrante del campo que podríamos llamar ‘progresista’, debe beneficiar ni siquiera por una fracción de segundo, a aquellos sectores políticos, que, aún desde un discurso ‘políticamente correcto’, en las sombras se frotan las manos cuando la derecha reacciona en su lengua madre.