Un dilema de la Argentina de nuestros días, que debe agudizar la inteligencia y no la comodidad de los dirigentes políticos al frente de movimientos sociales, es cómo atender las necesidades más acuciantes sin hacer concesiones estratégicas al modelo económico que las genera y las reproduce.
Por Carlos Raimundi*
Mientras conducía mi automóvil camino a un Congreso de Filosofía y Geopolítica en la Universidad de Avellaneda, escuchaba un reportaje a Emilio Pérsico, el líder del Movimiento Evita, donde daba cuenta de los logros que había obtenido de la Ministra de Desarrollo Social de Macri –un oxímoron- en favor de muchas familias muy humildes.
Mitigar la pobreza es un imperativo que no admite intelectualismos. Desde un pensamiento humanista, si una familia pobre puede recibir algo más de lo que tiene, esa mejora debe ser apoyada. Pero en todo lo que rodea ese acto hay que distinguir entre la conducta de un dirigente político y un dirigente social.
El dirigente social va específicamente a lo reivindicativo, su principal función no es relacionar la penuria de la que se ocupa con el modelo político que la origina. La del dirigente político sí. Un dilema histórico de la Argentina sigue siendo cómo desenmascarar el disfraz de reparación superficial con que se encubren modelos políticos que son intrínsecamente injustos. Entonces, la tarea de un dirigente político –no únicamente social- es no colaborar, bajo el argumento de que a la pobreza hay que darle respuesta concreta, con un modelo que es en su propia esencia de exclusión. Y que, como tal, multiplica esa misma pobreza que coyunturalmente se trata de atemperar.
Es decir, hay una encrucijada según la cual para solucionar una angustia social debemos apoyar un modelo que estructuralmente la reproduce. El Movimiento Evita no apoya el modelo, nos dirán. Sin embargo aprobó el presupuesto macrista que recorta todas las políticas de inclusión, firmó un acta que pone límites al conflicto social y concedió discutir una ley de emergencia en remplazo –sí, en remplazo- de una agenda virtuosa de crecimiento.
Minutos más tarde de haber escuchado la entrevista, en la apertura del Congreso, me enteré de que el Rector de la Universidad de Avellaneda, Jorge Calzoni, había rechazado nada menos que diez millones de pesos que le añadía a los magros ingresos de su casa de estudios, la tramposa planilla adicional que acompaña anualmente cada presupuesto universitario.
Paradógicamente, el rector podría haberse quedado sólo en lo reivindicativo, ya que no tiene por qué ser un dirigente político. Y sin embargo procedió como tal. En mi caso, como docente de dos Universidades del conurbano que sufren el planchado salarial y de recursos en general, podría acusarlo de desatender nuestra situación particular. Sin embargo, los docentes del campo popular lo apoyamos.
¿Cómo se entiende que alguien pueda apoyar una decisión que lo perjudica en lo individual? Sólo se trata de mirar un poco más allá de nuestras narices y abordar la cuestión desde una perspectiva más amplia. Una perspectiva a la que ningún dirigente político debería renunciar. ¿Qué hizo el rector Jorge Calzoni con su decisión, perjudicarnos o beneficiarnos? Sin duda esto último, porque puso en tela de juicio la injusticia intrínseca de un modelo que des-jerarquiza la educación.
"Hay una encrucijada según la cual para solucionar una angustia social debemos apoyar un modelo que estructuralmente la reproduce. El Movimiento Evita no apoya el modelo, nos dirán. Sin embargo aprobó el presupuesto macrista que recorta todas las políticas de inclusión, firmó un acta que pone límites al conflicto social y concedió discutir una ley de emergencia en remplazo de una agenda virtuosa de crecimiento."
Además, frente a un modelo que promueve el más absoluto individualismo, dio un ejemplo de solidaridad con otras Universidades que habían sido perjudicadas. Enfrentar a un modelo injusto estructuralmente impugnando su presupuesto –y no aprobándolo como hizo Pérsico- contribuye a erosionar sus bases.
Frente a un modelo de entrega, endeudamiento, cierre de talleres, especulación financiera, favores a las grandes empresas y saqueo de divisas como este, no cabe eso de ejercer una oposición responsable.
La responsabilidad en política no es un concepto neutro, sobre todo cuando se trata de intereses tan encontrados. Se la ejerce en función de determinados intereses. O los del Pueblo o los de los grandes conglomerados. O se es responsable en favor de la inclusión, o se es responsable en favor de la entrega. La mayor responsabilidad política en favor de los más humildes es que este modelo se acabe lo antes posible. Para que estemos menos endeudados, para que dejen de cerrar pymes, para que dejen de drenar las divisas del país hacia el exterior. Por el contrario, hacerle concesiones es ayudarlo a que siga, aun cuando tal vez en navidad haya unos pesitos más en el bolsillo.
No va a faltar quien me acuse de golpista, como promotor de una acción antidemocrática. Es al revés. Este modelo se tiene que desgastar lo antes posible, ya sea en términos institucionales a través del voto, o en términos de la movilización popular, a raíz del hartazgo y la presencia en las calles. Lo cual, en definitiva, no deja de ser una institución fundante de la democracia. Su costado más plebeyo, más asambleario, más genuino.
Aun así, hay también marchas que, por provenir de un proceso organizativo pactado con el poder, parece que erosionan pero confirman. Son las marchas negociadas, permitidas, como la del último 18 de noviembre. Por un lado una consigna entendible, un sujeto social loable; al mismo tiempo, un imperceptible pero real acuerdo de sus organizadores con el macrismo, una marcha tolerada por el poder.
Un dilema de la Argentina de nuestros días, que debe agudizar la inteligencia y no la comodidad de los dirigentes políticos al frente de movimientos sociales, es cómo atender las necesidades más acuciantes sin hacer concesiones estratégicas al modelo económico que las genera y las reproduce. Sé bien que las condiciones de vida de un docente universitario, por peores que estén, no son equiparables al hambre en una villa, pero esa comprensión no debe llevarnos a eludir la necesidad de abordar dicha encrucijada social y política.
El gran dilema es, entonces, cómo hacer para que al mismo tiempo que se recibe una mejora a una situación de angustia que no admite demoras ni intelectualismos desde el punto de vista social, se consigue la lucidez -desde el punto de vista político- de desgastar en lugar de apoyar al modelo político que las causa y las profundiza. Cómo no caer en la contradicción de auspiciar una movilización callejera supuestamente contra un gobierno al que unas horas antes se le aprobó el presupuesto de gastos que acentúa el recorte social.
Buenos Aires, 11 de diciembre de 2016
*Secretario Gral. Partido SÍ (Solidaridad e Igualdad), ex Diputado Nacional FpV
Publicación original en http://www.lateclaene.com/carlosraimundi