Por Carlos Raimundi*. Nota publicada en Tiempo Argentino en su edición del 15 de enero de 2017.
La figura en sí misma del presidente de los EE UU no es más significativa que los flujos de poder real para orientar el curso de los acontecimientos internacionales. Esto es, por un lado, coherente con la escala de valores que proyecta el país que es adalid de la financierización, no solo de la economía, de la vida en general. Y es, a su vez, la expresión del repliegue de la política a expensas de los grandes conglomerados.
Me tocó transitar las veredas de Washington aquel martes de noviembre de 2008 en el momento en que los “breaking news” de las cadenas de TV anunciaban la victoria de Obama, y vi cómo decenas de afrodescendientes rompieron en llantos de emoción y de esperanza. En teoría, llegaba un presidente que sacaría a los más débiles de la crisis de la mano de un seguro de salud extendido a millones de personas, cerraría la cárcel de Guantánamo y retiraría las tropas de Irak y Afganistán.
Nada de eso se cumplió. Ocho años más tarde tenemos una Europa plagada de miedo, atentados, muerte y refugiados, y la sociedad estadounidense es la mayor portadora de armas debido a la inseguridad. En el mundo, 62 fortunas personales acumulan la misma riqueza que 3600 millones de seres humanos, y conviven sobreexplotados con desocupados, millones de obesos con millones de hambrientos. Y Obama apoyó a Hillary Clinton, la expresión cabal de ese sistema.
El triunfo de Trump –que en términos de actitudes personales representa lo peor– expresa al mismo tiempo el hartazgo del sistema de representación tradicional, bajo el cual el mundo capitalista ha retrocedido hasta dichos niveles de deshumanización.
Lamentablemente, algunos electorados parecen optar por salir de esta crisis de representación desde valores tribales, xenófobos, individualistas, y no por medio de alternativas articuladoras, colaborativas. Aparece como opción a la crisis de la política, un camino que también es la no-política.
Por otra parte, es impensable e inevitable que un país, en este caso China, equipare a los EE UU en el primer puesto del PBI mundial y eso no derive en una disputa geopolítica. Que puede tener más ingredientes de interdependencia que de confrontación directa, pero que es una disputa al fin.
En este contexto, América Latina posee un potencial extraordinario en biodiversidad, agua dulce, energía y otros recursos estratégicos, similar al de África o Medio Oriente, pero los aventaja por ser una zona de paz y por tener una mayor presencia del Estado. Esto nos sitúa en un lugar privilegiado para incidir en la agenda internacional, en los términos que expresan los recientes procesos populares, que viven un retroceso, pero que abrieron un ciclo histórico vigente.
En definitiva, son los pueblos organizados y movilizados a partir de una toma de conciencia de su situación colonial los portadores de los cambios. No los presidentes de los EE UU. «
* Exdiputado nacional por el FpV y secretario general de SÍ (Solidaridad e Igualdad)
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